En aquel tiempo, vinieron a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban llegar hasta él.
Entonces le avisaron:
«Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte».
Él respondió diciéndoles:
«Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».
Reflexión del Evangelio de hoy
El sentido del templo
La lectura del libro de Esdras nos describe el final de la construcción del Templo de Jerusalén y su consagración el 1 de abril del año 515 a.C.
En todas las religiones los templos o lugares sagrados indican la necesidad que tiene el ser humanao de encontrarse con Dios, con lo divino, con lo trascendente. Por eso marcan un lugar especial: el lugar sagrado, separado del resto del territorio, que es el profano. Señalan también unos tiempos especiales: las fiestas, separadas del tiempo cotidiano, y unos ritos, los sagrados, distintos de los ritos de la vida diaria.
Pero en la religión bíblica, no es el hombre el que se acerca primeramente a Dios, sino que es Dios quien toma la iniciativa queriendo morar entre nosotros. El primer templo será una tienda que acompañará a los israelitas por toda su travesía en el desierto. Dios en una tienda de campaña en un pueblo caminante con tiendas de campaña como morada: “Me harás un santuario para que yo habite en medio de ellos” (Ex 25, 8) dice el Señor a Moisés. El Arca de la Alianza en su interior, recuerda la alianza que Yahveh mismo ha hecho con su pueblo y la necesaria fidelidad del pueblo a vivir su vida como una alianza fiel.
El primer templo fijo será el de Salomón. Una vez construido, y llevada a su interior el Arca, es Dios mismo el que toma posesión de él: “la nube llenó la Casa de Yahveh. Y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube, porque la gloria de Yahveh llenaba la casa de Yahveh” (1Re, 8,11). Entonces Salomón, en nombre del pueblo, ora y expresa la finalidad del Templo: ”¿Es que verdaderamente habitará Dios entre los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte ¡cuánto menos esta Casa que te he construido!…Que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta Casa…Oye, pues, la oración de tu siervo y de tu pueblo cuando oren en este lugar” (1Re, 8, 27. 29.30).
Destruido este templo en el 587 a. C., la gloria de Yahveh acompaña a su pueblo al destierro (Ez 11, 22-24), hasta la reconstrucción.
Encontrarse con el Dios que quiere encontrarse con nosotros es la nostalgia, la necesidad y la esperanza de todo hombre en cualquier época. “Enmanuel:Dios con nosotros” será el nombre que suscita la confianza en la fidelidad de Dios que no nos deja solos. (Is 7, 14).
Jesús es el nuevo y definitivo Templo (Jn 2, 19-23), lugar de encuentro, de intimidad con Dios, espacio vivo para disfrutar de su fidelidad y de comprometer la nuestra.
Jesús funda un hogar
Los primeros cristianos fueron perseguidos bajo la acusación de ateísmo. Su religión era muy extraña en comparación con las otras. No tenían templos, se reunían en las casas. No ofrecían animales ni libaciones, pues todo eso había sido suplido con creces con la Eucaristía. No tenían “lugares sagrados”, sino que era sagrado todo lugar por el hecho de reunirse la comunidad. En realidad, no eran ateos. Es que su Templo, lugar de encuentro con Dios, era el mismo Jesús reunido con su cuerpo eclesial.
En el evangelio de hoy vemos cómo Jesús, forma una familia. No basada en la sangre, ni en el parentesco, sino en la comunión profunda entre Cristo y su misión: “Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra”.
La distinción radical entre sagrado y profano, se rompe con la encarnación. El Hijo de Dios se hace hombre para que la humanidad llegue a ser hija de Dios. Dios aquí y ahora para nosotros.
El lazo de unión está claro: escuchar y poner por obra. De este modo, toda persona es vista y se transforma en templo de Dios. Toda comunidad es Casa de Dios.
Nuestra tarea como cristianos es construir hogar, familia. Construyamos un hogar en nuestro corazón y edifiquemos la comunidad cristiana no como una institución fría, sino como una familia que acoge en su hogar, con Cristo, como Cristo y gracias a Él.
¿Me respeto y valoro a mí mismo como templo de Dios? ¿Vivo mi vida diaria y secular como espacios y tareas sagradas porque las hago con Cristo y como Cristo? ¿Construyo Iglesia sinodalmente como hogar o siento mi fe desvinculada y juzgadora de los otros?
Tomado de: https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
Autor: Fr. Francisco José Rodríguez Fassio – Convento de Santo Domingo Ra’ykuéra – Asunción (Paraguay).