En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida.
Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase.
Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:
«Ves algo?».
Levantando los ojos dijo:
«Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».
Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.
Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.
Reflexión del Evangelio de hoy
Ponte siempre en las manos de Dios
Noé fue un hombre de fe. Dios le anuncia los terribles acontecimientos que van a ocurrir y él, sin dudarlo, se pone a trabajar para cumplir los planes del Señor. Los que le rodeaban le tuvieron que tener por loco: ¡Construir una nave donde no llegaba el mar! Pero Noé hizo lo que se le pedía y puso a salvo a los suyos y a los animales de la tierra, confiando plenamente en la Palabra recibida.
Muchas veces Dios nos pide cosas que no entendemos. En nuestro camino van apareciendo situaciones inesperadas que nos parecen absurdas, y pensamos que nosotros solos somos capaces de salir adelante. Gran error por nuestra parte. Sin Él no somos nada. Noé confió, seguramente sin entender, porque su fe era grande. Tras el diluvio comprobó que todo volvía a la vida al ver la rama de olivo. Y lo primero que hizo fue dar gracias a Dios mediante sacrificios y oraciones. Y el Señor le hace la promesa de no volver a destruir el mundo. Noé confió, obró y recibió la recompensa de la alianza del Señor. Así nosotros, a ejemplo de él, debemos confiar siempre en lo que Dios nos pida en cada momento, sin dudarlo, por absurdo que nos parezca, teniendo la certeza de que será para nuestro bien y el del Reino. Para eso debemos acrecentar nuestra fe día a día mediante la oración y la meditación de la Palabra.
Nuestra oración debe ser generosa
Nos encontramos con una nueva curación realizada por Jesús, un signo más de su unión con el Padre y de la misericordia que su corazón derrama sobre el que sufre. En este caso el poder de Dios se nos manifiesta en la figura de un ciego. De su encuentro con Cristo saldrá sanado, y seguramente fortalecido en su fe. Ha sido un encuentro personal, íntimo (Jesús se lo llevó aparte) y a partir de ese momento el ciego es un hombre nuevo.
El ciego no vino solo: “se lo trajeron pidiendo que lo tocase”. Alguien intercedió por él alguien que conocía la fama de Jesús y que confiaba en que podría ayudarle. Tal vez aquel hombre no sabía quién era el Maestro, pero hubo quien se preocupó en presentárselo, en hablarle de Él, con el convencimiento de que su vida iba a cambiar para bien. ¿Te das cuenta de la importancia que tiene presentar a Cristo a los demás? Puede que no seamos conscientes de que nuestra amistad con Él puede hacer mucho bien a los que nos rodean. Sería muy egoísta por nuestra parte guardarnos para nosotros el tesoro de nuestro corazón, la fortuna de nuestra fe, el sabernos hijos de Dios y no compartirlo. Nuestra oración no debe ser solo para nosotros, debe ser para todos. La generosidad del ser humano se basa en no quedarnos para nosotros mismos los bienes que recibimos, y el bien más preciado es Cristo Jesús.
Hoy celebramos al dominico San Álvaro de Córdoba. Él estuvo en Tierra Santa y conoció los lugares de la Pasión de Cristo. Al regresar quiso compartir su experiencia con todos e ideó el Via Crucis como forma de oración, reproduciendo en los alrededores de su convento la Vía Dolorosa mediante pequeñas capillas, para que todos pudieran revivir lo que él experimentó en Jerusalén. Practicó la Caridad en todas sus formas. Pues a imitación de San Álvaro, y de los que acercaron al ciego a Jesús, seamos generosos y hablemos del Evangelio a nuestros hermanos cercanos y pidamos confiadamente por ellos a Cristo, el Maestro Bueno.
Tomado de: https://www.dominicos.org/predicacion/evangelio-del-dia/hoy/
Autor: D. Luis Maldonado Fernández de Tejada, OP – Fraternidad Laical de Santo Domingo, de Almagro